"Vivía en un piso de la Sexta Avenida y la calle 57, cerca del Carnegie Hall, y de vez en cuando me dejaba caer por el Actors Studio para conocer chicas. Una de ellas fue Marilyn Monroe, que era explotada por Lee Strasberg. Primero la conocí superficialmente, poco después de la guerra, y luego tropecé -literalmente- con ella en una fiesta de Nueva York. Mientras los demás asistentes a la fiesta bebían y bailaban, Marilyn, sola en un rincón, tocaba el piano, casi sin que advirtieran su presencia. Yo me divertía hablando con alguien con un vaso en la mano, cuando otra persona me golpeó en el hombro; me volví rápidamente y le di un brusco codazo en la cabeza. Fue un golpe seco, y me di cuenta de que le había hecho daño.
- Oh, Dios mío -me disculpé-. Lo siento. Lo siento de veras. Fue un accidente.
Marilyn me miró a los ojos y comentó:
- No existen los accidentes.
Su intención era ser graciosa, y me eché a reir. Me senté junto a ella y le dije:
- Deja que te enseñe a tocar el piano. Tú no sabes nada de esto.
Hice todo lo posible por tocar algunos compases; luego nos pusimos a charlar, y a partir de entonces yo la llamaba por teléfono de vez en cuando. Por fin, una noche la llamé y le dije:
- Quiero ir a verte ahora mismo, y si no das una buena razón por la que no deba hacerlo (porque tal vez, símplemente, no quieras verme) dímelo ahora.
Me invitó a su casa, y poco después se convirtió en realidad el sueño de todo soldado.
Marilyn era una persona sensible a la que nadie comprendía, y mucho más perspicas de lo que la gente suponía. Había recibido muchos golpes, pero tenía una fina intuición para captar los sentimientos de los demás, la clase de inteligencia más refinada. Después de aquella primera visita tuvimos una aventura y nos vimos de manera intermitente hasta que murió, en 1.962. Me llamaba a menudo y hablábamos durante horas, a veces me explicaba que empezaba a darse cuenta de que Strasberg y otras personas intentaban utilizarla. Se estaba convirtiendo en una persona mucho más equilibrada emocionalmente. La última vez que hablamos fue dos o tres días antes de su muerte. Me llamó desde su casa de Los Ángeles y me invitó a cenar aquella noche. Le dije que ya tenía planes y que no podía aceptar su invitación, pero le propuse llamarla la semana siguiente para concertar una cita para cenar. "Fantástico", contestó, y eso fue todo. Se han hecho muchas cábalas sobre un encuentro secreto con Robert Kennedy aquella semana, que habría dejado destrozada a Marilyn porque él quería poner fin a la aventura que había entre ambos. Pero no me dio la impresión de que estuviera deprimida, y creo que si en aquella época hubiera estado acostándose con él, no me habría invitado a cenar.
Soy bastante hábil en lo que se refiere a interpretar el estado de ánimo de las personas y captar sus sentimientos, y en el caso de Marilyn no noté ninguna depresión ni ningún indicio de inminente autodestrucción. Por eso estoy seguro de que no se suicidó. Si alguien está desesperadamente deprimido, por más inteligente y experto que sea para ocultarlo, siempre se notará. Siempre he sentido una curiosidad insaciable por la gente, y creo que habría notado que algo funcionaba mal si Marilyn hubiera tenido intención de suicidarse. Lo habría sabido. Quizá murió a causa de una sobredosis accidental, pero siempre he creído que fue asesinada."
MARLON BRANDO "Las canciones que mi madre me enseñó".