"El 11 de abril de 1945 -hace pues 65 años- hacia las cinco de la tarde, un jeep del Ejército americano se presenta a la entrada del campo de concentración de Buchenwald.
Dos hombres bajan del jeep.
De uno de ellos no se sabe gran cosa. Los documentos asequibles son poco explícitos. Está establecido, en todo caso, que se trata de un civil. Pero, ¿por qué estaba allí, a la vanguardia de la Sexta División Acorazada del Tercer Ejército norteamericano del general Patton? ¿Qué profesión ejerce? ¿Cuál es su misión? ¿Es acaso periodista? ¿O, más probablemente, experto o consejero civil de algún organismo militar de inteligencia?
No se sabe a ciencia cierta.
Está allí, sin embargo, presente, a las cinco de la tarde de un día memorable, ante la puerta de entrada monumental del campo de concentración. Está allí, acompañando al segundo tripulante del jeep.
Este sí está identificado: es un teniente, mejor aún, un primer teniente, un oficial de inteligencia militar asignado a la Unidad de Guerra Psicológica del Estado Mayor del general Omar N. Bradley.
Tampoco sabemos lo que pensaron los dos americanos al bajarse del jeep y contemplar la inscripción en letras de hierro forjado que se encuentra en la verja del portal de Buchenwald: Jeden das Seine.
No sabemos si tuvieron tiempo de tomar nota mentalmente de tamaño cinismo, criminal y arrogante. ¡Una sentencia que alude a la igualdad entre seres humanos, a la entrada de un campo de concentración, lugar mortífero, lugar consagrado a la injusticia más arbitraria y brutal, donde solo existía para los deportados la igualdad ante la muerte!
El mismo cinismo se expresaba en la sentencia inscrita en el portal de Auschwitz: Arbeit macht frei. Un cinismo característico de la mentalidad nazi.
No sabemos lo que pensaron los dos americanos en aquel histórico momento. Pero sí sabemos que fueron acogidos con júbilo y aplauso por los deportados en armas que montaban la guardia ante la entrada de Buchenwald. Sabemos que fueron festejados como libertadores. Y lo eran, en efecto.
No sabemos lo que pensaron, no sabemos casi nada de sus biografías, de su historia personal, de sus gustos o disgustos, de su entorno familiar, de sus años universitarios, si es que los tuvieron.
Pero sabemos sus nombres.
El civil se llamaba Egon W. Fleck y el primer teniente, Edward A. Tenenbaum.
Repitamos aquí, en el Appeliplatz de Buchenwald, 65 años después, en este espacio dramático, esos dos nombres olvidados e ilustres: Fleck y Tenenbaum.
(...)
Me limitaré pues a recordar algunas frases del informe preliminar que Fleck y Tenenbaum redactaron dos semanas después, el 24 de abril exactamente, para sus mandos militares, informe que consta en los Archivos Nacionales de EE UU.
"Al desembocar en la carretera principal", escriben los dos americanos, "vimos a miles de hombres, harapientos y de aspecto famélico, en marcha hacia el Este, en formaciones disciplinadas. Estos hombres iban armados y tenían jefes que los encuadraban. Algunos destacamentos portaban fusiles alemanes. Otros llevaban al hombro panzerfausts. Se reían y hacían gestos de furiosa alegría mientras caminaban... Eran los deportados de Buchenwald, en marcha hacia el combate, mientras nuestros tanques los rebasaban a 50 kilómetros por hora...".
Este informe preliminar es importante por varias razones. En primerísimo lugar, porque los dos americanos, testigos imparciales, confirman rotundamente la realidad de la insurrección armada, organizada por la resistencia antifascista de Buchenwald, y que fue motivo de polémica en los tiempos de la guerra fría.
Lo más importante, sin embargo, al menos para mí, desde un punto de vista humano y literario, es una palabra de este informe: la palabra alemana panzerfaust.
Fleck y Tenenbaum, en efecto, escriben su informe en inglés, como es lógico. Pero cuando se refieren al arma individual antitanque, que se denomina bazooka en casi todos los idiomas del mundo, y en todo caso en inglés, recurren a la palabra alemana.
Lo cual hace pensar que Fleck y Tenenbaum, el civil y el militar, son americanos de reciente filiación germánica. Y esto abre un nuevo capítulo de la investigación novelesca que me apetecería acometer.
Pero hay otra razón, más personal, que me hace importante la palabra panzerfaust, o sea, literalmente, "puño antitanque". Y es que yo estaba, aquel día de abril de 1945, en la columna en marcha hacia Weimar, aquella columna de hombres armados, furiosamente alegre. Yo estaba entre los portadores de bazookas.
El deportado 44.904, en el pecho el triángulo rojo estampado en negro con la letra "S", de Spanier, español, ese era yo, entre los jubilosos portadores de bazooka o panzerfaust.
Hoy, tantos años después, en este dramático espacio del Appeliplatz de Buchenwald. En la frontera última de una vida de certidumbres destruidas, de ilusiones mantenidas contra viento y marea, permítanme un recuerdo sereno y fraternal hacia aquel joven portador de bazooka de 22 años."
* Regreso de mi "retiro laboral forzoso", que me mantiene apartada del blog más de lo que me gustaría, para rendir homenaje a Jorge Semprún, fallecido ayer en París. Con él se va un protagonista, a su pesar, del Siglo XX, pero nos queda su ejemplo de lo necesario que es el constante ejercicio de memoria para poder encarar el futuro con dignidad, de cómo a pesar de los horrores vividos y padecidos nunca perdió su confianza en la Humanidad: "
Lo más difícil de recordar es la posibilidad del hombre de hacer el mal. En mis recuerdos del campo no insisto voluntariamente en los horrores que puede provocar la posibilidad humana de hacer el mal. Insisto en la posibilidad de hacer el bien. Yo prefiero recordar al hombre rompiendo un trozo de su pan para dárselo a un compañero."
El texto escogido fue leído por Semprún el 11 de Abril de 2.010 en los actos de conmemoración del 65 aniversario de la liberación del campo de concentración de Buchenwald, donde, como prisionero 44.904, compartió penurias, entre otros, con el Premio Nobel de Literatura
Imre Kertész.
Tenéis el texto íntegro, "El archipiélago del horror nazi"
aquí.