Ayer despedíamos a Diane Keaton, de la que hemos hablado en varios post a lo largo de los años. Os dejo con las palabras que le dedicó Woody Allen en su autobiografía, hablando del día que se conocieron:
“Sandy
Meisner era una profesora de actuación famosa y muy respetada de Nueva York que
dirigía la Neighborhood Playhouse, de donde surgieron muchos actores
excelentes. En determinado momento arrinconó a David Merrick y le habló
maravillas de una chica de su clase que le parecía sensacional. Se llamaba
Diane Keaton. Su verdadero nombre era Diane Hall, pero ya había una actriz que
se llamaba así y el sindicato no permite que alguien utilice un nombre que ya
está en uso. Entonces, después de todos esos elogios desatados nos quedamos en
el teatro esperando que Keaton se presente a la audición. Era una joven
desgarbada. Dejadme expresarlo así: si Huckleberry Finn hubiera sido una mujer
muy hermosa, sería ella quien habría aparecido en el escenario en ese momento.
Keaton, que pide disculpas por todo, incluso por haberse despertado, una
pueblerina de Orange County, frecuentadora de mercadillos de trueque y bocadillos
de atún, una inmigrante en Manhattan que atiende un guardarropa, que antes
trabajó en la tienda de golosinas de un cine de su pueblo donde la despidieron
por comerse todo el género y que intenta saludarnos a todos con la menor cantidad
posible de palabras. De pronto estamos ante una provinciana que nos habla de su
abuelita Hall y de George, un inquilino que vivía con ellos y a quien los de su
sindicato le regalaban un pavo por Navidades, y que responde a nuestros cumplidos
con “Honest, injun?”, una frase anticuada y provinciana que significa: “¿Lo
decís en serio, tíos?” pero qué puedo decir, era fabulosa. Fabulosa en todos
los sentidos. Como cuando se habla de una personalidad que ilumina una sala;
ella iluminaba todo un bulevar. Adorable, graciosa, con un estilo totalmente
original, natural, fresca. Cuando se marchó, y aunque sabíamos que teníamos que
recibir al resto de actrices que figuraban en la lista, mentalmente ya le habíamos
asignado el papel”.
WOODY
ALLEN “A propósito de nada. Autobiografía”
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