- ¿ Te acuerdas de Charles?
- ¿Qué Charles?
- Lutton.
- No lo recuerdo.
- Murió hace dos años.
- Ah, ¿y te acabas de enterar?
- No, lo supe el mismo día que ocurrió, hace dos años.
- Lutton, no consigo acordarme de él, ¿dónde lo conocimos?
- En casa de los Smith.
- ¿Era un abogado?
- No, no, era poeta. Era sutil, rubio, alto, tan delicado y romántico…. Luchó en la guerra aquí en Italia, exactamente en esta zona. (…)
- No sabía que fuerais tan amigos.
- Le conocí antes que a ti.
- ¿Te enamoraste?
- No, nos veíamos mucho. Venía cada día a vernos a la fábrica. Después se agravó y le llevaron a una clínica. Durante cerca de un año no le ví, y la víspera de nuestra boda, la noche antes de irme a Londres, mientras estaba haciendo las maletas, alguien tiró unas piedrecitas contra la ventana. Estaba oscuro y llovía, no se veía nada. Entonces salí al jardín y era Charles. Pobre Charles, temblaba de frío. Estaba tremendamente pálido, pero a toda costa quería verme y, a pesar de la fiebre, desafiaba a la lluvia por mi, o quizás quería morir.
ROBERTO ROSSELLINI "Te querré siempre" (1.954)
- Supongo que estarías enamorada de ese Michael Furey, Gretta.
- Me sentía muy bien con él entonces - dijo ella.
- ¿Y de qué murió tan joven, Gretta? Tuberculoso, supongo.
- Creo que murió por mí - respondió ella. - Era invierno, como al comienzo del invierno en que yo iba a dejar a mi abuela para venir acá al convento. Y él siempre estaba enfermo en su hospedaje de Galway y no lo dejaban salir y ya le había escrito a su gente en Oughterad. Estaba decaído, decían, o cosa así. Nunca supe a derechas.
Hizo una pausa para suspirar.
- El pobre – dijo – Me tenía mucho cariño, y era tan gentil. Salíamos juntos a caminar, tú sabes, Gabriel, como hacen en el campo. Hubiera estudiado canto de no haber sido por su salud. Tenía muy buena voz, el pobre Michael Furey.
- Bien, ¿y entonces? – preguntó Gabriel.
- Y entonces, cuando vino la hora de dejar yo Galway y venir acá para el convento, él estaba mucho peor y no me dejaban ni ir a verlo, por lo que le escribí una carta diciéndole que me iba a Dublín y regresaba en el verano y que esperaba que estuviera mejor para entonces.
Hizo una pausa para controlar su voz y luego siguió:
- Entonces, la noche antes de irme, yo estaba en la casa de mi abuela en la Isla de las Monjas, haciendo las maletas, cuando oí que tiraban guijarros a la ventana. El cristal estaba tan anegado que no podía ver, por lo que corrí abajo así como estaba y salí al patio y allí estaba el pobre al final del jardín, tiritando.
- ¿Y no le dijiste que se fuera para su casa? – preguntó Gabriel.
- Le rogué que regresara enseguida y le dije que se iba a morir con tanta lluvia. Pero él me dijo que no quería seguir viviendo. ¡Puedo ver sus ojos ahí mismo, ahí mismo! Estaba parado al final del jardín, donde había un árbol.
- ¿Y se fue? – preguntó Gabriel.
- Sí, se fue. Y cuando yo no llevaba más que una semana en el convento, se murió y lo enterraron en Oughterard, de donde era su familia. ¡Ay, el día que supe que, que se había muerto!
JAMES JOYCE “Dublineses” Relato “Los muertos”, adaptado al cine en 1.987 por JOHN HUSTON.
* Dos mujeres con la mirada perdida en sus recuerdos confiesan a sus maridos que hace mucho tiempo hubo un hombre dispuesto a morir por ellas, bajo la lluvia.